
La Trobada, como de costumbre, contó con una serie de actos con el Barça como protagonista y movilizó a un gran número de peñas (190) y peñistas. El club seguía demostrando su poder de convocatoria, aunque la dirección por la que transitaba, con una gran presencia de jugadores extranjeros y la sensación de borrar del mapa toda la herencia dejada por Cruyff no auguraba nada bueno. Lo apuntó Bakero en un coloquio en el que tomó parte: “Mi sensación actual es que el equipo no transmite. Debería haber más conexión entre los jugadores y el aficionado. No tiene que haber tantos extranjeros. El corazón del equipo tiene que ser nacional”. Había cierta lógica en llevar a cabo una especie de depuración encubierta, entre otras cosas porque el entrenador, Van Gaal, quería rodearse de gente fiel, su gente, holandeses. El Barça, con la Ley Bosman, pareció perder la hoja de ruta original para navegar en aguas desconocidas y peligrosas. Los resultados acabarían demostrando que la política deportiva de la entidad no era nada halagüeña. La Trobada quedó inmortalizada con la inauguración de un monumento conmemorativo obra de Ernest Altés.
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