Un día, antes de jugar una final de la Copa del Rey, el bueno de Ricardo
charlaba animadamente con un chavalín en el vagón restaurante del tren.
Que el crío sabía de fútbol, y parecía entender bien este deporte. Y
además era simpático, vaya, así que Zamora, agradecido por el buen rato,
acabó ofreciéndole unas entradas para el partido que el otro,
amablemente, declinó aceptar. Y cuando el muchacho abandona la estancia
un compañero se acerca a Zamora y le pregunta si no ha reconocido a su
imberbe interlocutor. El portero se encoge de hombros. "Pero si es el
infante Don Jaime de Borbón" (a las horas era el Principe de Asturias),
le dicen. Y a Zamora le llevan los demonios, azorado por la situación.
Evidentemente eran otras épocas
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