En España la agitación política tomó además un cariz particular, siendo
la Iglesia objetivo frecuente de la izquierda revolucionaria, que veía
en los privilegios de que gozaban una causa más del malestar social que
se vivía, lo cual se tradujo muchas veces en la quema y destrucción de
iglesias. La derecha conservadora, muy arraigada también en el país, se
sentía profundamente ofendida por estos actos y veía peligrar cada vez
más la buena posición de que gozaba ante la creciente influencia de los
grupos de izquierda revolucionaria. Desde el punto de vista de las
relaciones internacionales, la Segunda República sufrió un severo
aislamiento, ya que los grupos inversores extranjeros presionaron a los
gobiernos de sus países de origen para que no apoyaran al nuevo régimen,
temerosos de que las tendencias socialistas que cobraban importancia en
su seno, terminaran por imponer una política de nacionalizaciones sobre
sus negocios en España. Para comprender esto es clarificador saber que
la compañía Telefónica era un monopolio propiedad de la norteamericana
"International Telephone and Telegraph" (ITT), que los ferrocarriles y
sus operadoras estaban fundamentalmente en manos de capital francés,
mientras que las eléctricas y los tranvías de las ciudades pertenecían a
distintas empresas (mayormente británicas y belgas). Como consecuencia
no hubo una sola nacionalización durante el periodo republicano, pero,
sin embargo, el respaldo de las potencias fascistas alentó a muchos
generales conservadores para que planificaran insurrecciones militares y
golpes de estado. Sus intenciones se materializarían primero en la
Sanjurjada de 1932 y en el fallido golpe de 1936, cuyo resultado
incierto desembocó en la Guerra Civil Española. Por su parte, las
democracias occidentales no apoyaron al régimen republicano por miedo a
un enfrentamiento armado, salvo en coyunturas muy específicas, lo que
sirvió, en última instancia, para evitar la Segunda Guerra Mundial.
La sociedad española de los años Treinta era fundamentalmente rural: un 45,5 % de la población activa se ocupaba en la agricultura, mientras que el resto se repartía a partes iguales entre la industria y el sector servicios. Estas cifras describen una sociedad que aún no había experimentado la Revolución industrial. En cuanto a sindicatos y partidos políticos, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), cuya lista fue la más votada para las elecciones constituyentes de 1931, contaba con 23 000 afiliados; su organización hermana, el sindicato Unión General de Trabajadores (UGT) ya contaba en 1922 con 200 000 afiliados; el sindicato anarquista Confederación Nacional del Trabajo (CNT) tenía en septiembre de 1931 unos 800 000 afiliados. Otras organizaciones, como el Partido Comunista de España (PCE) tenían una presencia nominal y no cobraron fuerza hasta el comienzo de la Guerra Civil. En cuanto a los nacionalismos, la "Lliga Regionalista de Catalunya" liderada por Francesc Cambó había apoyado abiertamente la dictadura de Primo de Rivera, y por ello permaneció al margen de la política durante la República, mientras que otros partidos políticos catalanes, más escorados hacia la izquierda o el independentismo, fueron los que tuvieron mayor protagonismo; en el caso del País Vasco y Navarra, cabe mencionar que aún no se había consumado la ruptura entre el Partido Nacionalista Vasco (PNV) y la Comunión Tradicionalista (CT), integrada ésta última por los carlistas.
Respecto de las iniciativas de cambio socioeconómico de los gobiernos republicanos, caben destacar las subidas de los salarios de los trabajadores del campo llevadas a cabo durante el bienio social-azañista, invertidas luego durante el bienio radical-cedista, encaminadas a mejorar las condiciones de vida en el medio rural. Otras iniciativas fueron las ocupaciones de tierra y expropiaciones ilegales en los momentos iniciales de la Guerra Civil como una manera de conseguir ingresos y apoyo popular por parte del campesinado.
Hoy más que nunca... Viva la Republica
La sociedad española de los años Treinta era fundamentalmente rural: un 45,5 % de la población activa se ocupaba en la agricultura, mientras que el resto se repartía a partes iguales entre la industria y el sector servicios. Estas cifras describen una sociedad que aún no había experimentado la Revolución industrial. En cuanto a sindicatos y partidos políticos, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), cuya lista fue la más votada para las elecciones constituyentes de 1931, contaba con 23 000 afiliados; su organización hermana, el sindicato Unión General de Trabajadores (UGT) ya contaba en 1922 con 200 000 afiliados; el sindicato anarquista Confederación Nacional del Trabajo (CNT) tenía en septiembre de 1931 unos 800 000 afiliados. Otras organizaciones, como el Partido Comunista de España (PCE) tenían una presencia nominal y no cobraron fuerza hasta el comienzo de la Guerra Civil. En cuanto a los nacionalismos, la "Lliga Regionalista de Catalunya" liderada por Francesc Cambó había apoyado abiertamente la dictadura de Primo de Rivera, y por ello permaneció al margen de la política durante la República, mientras que otros partidos políticos catalanes, más escorados hacia la izquierda o el independentismo, fueron los que tuvieron mayor protagonismo; en el caso del País Vasco y Navarra, cabe mencionar que aún no se había consumado la ruptura entre el Partido Nacionalista Vasco (PNV) y la Comunión Tradicionalista (CT), integrada ésta última por los carlistas.
Respecto de las iniciativas de cambio socioeconómico de los gobiernos republicanos, caben destacar las subidas de los salarios de los trabajadores del campo llevadas a cabo durante el bienio social-azañista, invertidas luego durante el bienio radical-cedista, encaminadas a mejorar las condiciones de vida en el medio rural. Otras iniciativas fueron las ocupaciones de tierra y expropiaciones ilegales en los momentos iniciales de la Guerra Civil como una manera de conseguir ingresos y apoyo popular por parte del campesinado.
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